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NO PAIN, NO GAIN

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Mensaje por Ataraxia Vie Jul 12, 2013 2:35 am

Cuenta la leyenda que Kaorihime se enamoró del Monje Ein, quien le prometió el paraíso. Sin embargo, ambos cometieron un pecado. Ella, esposa del Emperador, y él un monje que no podía perder su castidad, se envolvieron en un trágico amor y la infidelidad. El Emperador pidió a los dioses que les castigara por hacerle ver como un mortal al cual se le podía engañar fácilmente. Y así ocurrió. Ellos encerraron sus almas por separado en piedras preciosas de color solar que se encontraban incrustadas en un brazalete dorado, para que sufrieran eternamente el mutuo error. Estaban tan cerca y a su vez... Tan lejos. Curiosamente, aquel deseo ferviente por estar con el ser amado provocó que estas piedras preciosas le brindaran propiedades asombrosas al brazalete y, por consiguiente, a su portador. El Brazalete de Amaterasu, bautizado así por la familiaridad con la cabellera de la diosa, es un extraño objeto mítico, casi como si solo quedara en palabras y no hecho realidad, posee el poder de aumentar al triple las habilidades de cualquier clase.

¡Encuentra el objeto en los vastos jardines imperiales de Tengoku, y no solo te llevarás eso! Aunque, tened cuidado...

O así iba la leyenda que rondaba toda esa recompensa. Ataraxia leyó el reverso de la invitación, para luego observar —del otro lado— que fue emitida por un remitente anónimo. A pesar de que podía ser una estafa, la marca de Infinity le indicó que esta búsqueda estaba abalada por la compañía que creó aeon. Ese era un lado positivo; no obstante, presentía que, como ella recibió esta invitación, muchos también lo harían. Eso se convertiría en un gran problema. Si Argoth, el fastidioso ladrón que siempre le pisaba los talones se presentaba, sería peor. Tampoco deseaba tener a personas inservibles o estúpidas metiéndose en su camino para obtener tan interesante objeto.

Se rascó la nuca y lanzó sobre su hombro la tarjeta que traía consigo un dibujo adjunto del brazalete. Ya era demasiado tarde. Con las manos sobre las caderas observó seriamente la entrada de los amplios jardines imperiales de Tengoku, que servían como monumentos, básicamente... Y en donde yacían incontables casonas antiguas orientales con sus incontables misterios, trampas y pasadizos. Apostaba que ni siquiera los habitantes de ahí conocían todos los secretos de ese lugar. Movió el dedo índice diestro al frente, apuntando a los jardines imperiales y... —Bang~ Será mío —agitó el dedo cual pistola se tratara, mientras guiñaba el ojo izquierdo.

A medida que se desplazaba en las sombras, evitando las pocas luces del lugar, Ataraxia, por mucho que fuera una gunner, intentaba camuflajearse con la noche cual ladrón. A veces debía hacerlo si quería encontrar un tesoro antes que otros. No sabía por dónde iniciar, porque no existían muchas pistas que digamos: solo que era ahí y la imagen del brazalete. Una vez recorrido una senda donde danzaban wisterias y un puente pasaba por encima de un estanque de peces koi albinos, llegó a la tercera o tal vez segunda estancia de las tantas que habían en esos jardines: una casona de dos pisos, ni tan grande y mucho menos pequeña, que tampoco llegaba a ser una mansión. Había elegido esa porque la primera, por la cual pasó por el frente, sería el blanco de casi todos. Como era de suponerse, ahí debería haber dos pisos subterráneos, al menos eso creía y donde casi siempre guardaban todos los tesoros y demás objetos valiosos. Ataraxia entró por la puerta principal, mirando hacia afuera por si alguien le seguía. Parecía todo estar despejado. Sin más, observó el interior, apartándose de la entrada por si uno de los demás cazadores de tesoros o ladrones se molestaban en atacarle para quitarle de la competencia y la obtención del objeto.

Miró detenidamente a su alrededor en la penumbra. «¿A quién se le ocurre no alumbrar como la costumbre manda estas casas que están por caerse? Monumentos mis senos.» No avistó nada fuera de lo inusual, y desplazándose sigilosamente buscó la puerta a los dos pisos subterráneos. Le impresionó encontrar la puerta tan rápido, por lo que, antes de escabullirse, extrajo un pequeño aparato circular —casi como el compacto de un rubor— y encendió la función especial de este, una especie de linterna, al apretar un pequeño botón lateral. Ahora podía ver mejor. Entonces, se paseó tranquilamente por el primer piso tipo sótano, hasta dar con el umbral del segundo. En ese recorrido, algo no le calzaba bien. Todo era muy fácil. ¿Y las trampas de las que tanto hablaban que se desplegaban en esos jardines con muchísimas casonas parecidas? Igual mantendría alerta. A lo largo de su recorrido había apreciado estatuas de dioses, personajes que ni le importaban, y criaturas míticas; adornos que iban con el lugar; vasijas sin valor; armas ornamentales; y ropajes polvorientos tirados por doquier. Cada que podía, le dedicaba miradas indagadoras a cada una de las estatuas, investigaba en las vasijas, entre los ropajes y las armas, para ver si rondaba la existencia de un brazalete como el que tenía inscrito  la tarjeta que le habían entregado. Pero nada.

Inesperadamente se consiguió con un baúl, de tanto caminar. Lo investigó desde lejos, con ojos autista bien fijos en él. Por ahí consiguió una piedra, la cual utilizó para lanzarla contra el baúl. Sonó un fuerte tak, producto de que fue un impacto seco y pronunciado. Silencio total. Nada ocurrió. Viendo que estaba seguro el asunto, y no se trataba de una trampa, se acercó a él. Le parecía bastante curioso, todo solitario. Se dio cuenta que no poseía candando y que la cerradura ni estaba forzada y mucho menos sellada. Al agacharse un poco, abrió el baúl y se encontró con muchas joyas espectaculares, quizás de todos los rincones de Tengoku y los confines de aeon. «Wow... Qué bellezas. Lo siento, nenas. No vengo por ustedes. Lo que necesito es un brazalete único.»

Apartó todas las monedas, los zarcillos, piedras sueltas, anillos y objetos que no sabía ni qué forma tenían, y finalmente encontró un brazalete bastante parecido al que estaba en la tarjeta —¿Acaso es este? —inquirió en voz alta, evaluando insistentemente el objeto con la mirada... Y...
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Mensaje por Invitado Sáb Jul 13, 2013 4:28 am

Estaba en el tejado de la vieja casona imperial, llegar ahí no había sido tarea sencilla; El lugar estaba infestado de espías y mercenarios listos para atacar, algunos de otros gremios enemigos que ya se habían hecho de la noticia del brazalete de Amaterasu, una digna joya por la cual cortar algunas cabezas si hablábamos de su infinito poder y belleza. Aquél que lo obtuviera, incrementaría sus fuerzas por mucho y sería, prácticamente, imparable ante sus enemigos... O eso había escuchado en rumores al viento.
Había asesinado ya al menos a seis personas, asesinos personales con y sin gremio en busca de la gema de la discordia. Ante la noche, un viento suave sacudió la frondosa melena de los robles, llevándose consigo el perfume de los ciruelos que habitaban en el jardín mientras algunas flores de los cerezos se elevaban juguetonamente al aire en espirales que al alcanzar la perfecta altura, se disolvían en la penumbra. La luna menguaba, fría y apacible, inalterable ante el lento deslizar de las nubes en el cielo, como de libres salvajes saliendo a gozar de la luz celestial.

Recuérdame de nuevo porqué estoy aquí, Armand. - Dijo la pelirroja, ligeramente malhumorada. ¿Porqué debía de ir ella? Habían al menos otros cinco o seis miembros en la casa de los Dinistr completamente bien equipados y capacitados para la misión. Detestaba perder el tiempo en misiones triviales que significaran no asistir a los PvP's o a los MvP's de gremios contra gremios. Si no conociera a su maestro... — Espera. — Añadió en seguida, dejándole de hablar a la "nada" mientras la pequeña pantalla flotando frente a si misma en 8:16 donde conversaba con Armand + los datos de sí misma como HP y skills estaban así nítidamente ordenados en conjunto permanecían intactos. Starnes, casi por reflejo salido de la nada, se salvó del tajo destinado a su espalda de un mercenario tras ella dispuesto evidentemente a ponerle fin, con un codazo directo en el rostro del asesino quién había alzado ya el arma y que en cuestión de segundos la habría asesinado. El sujeto terminó por soltar su arma, cubriéndose el rostro ante el inesperado golpe, sumido en el dolor. Por el sonido, quizás le habría dañado severamente el tabique de la nariz. De forma inmediata, aquella navaja que yacía oculta siempre a la espera de atacar cual aguijón de escorpión bajo su brazo salió disparada en la oscuridad, y en un golpe hacia el rostro enemigo, envió un corte hacia la boca del mismo, cortándole de lado a lado aquella boca. El hombre soltó un alarido, presa de una intensa agonía. Se cubrió la boca, ahora vuelta en una terrible sonrisa Glasgow y se tambaleó levemente. La mujer pudo sentir un ligero aroma ácido, amargo; La ponzoña había hecho efecto. Del corte del hombre había brotado una hilera tenue de humo, similar a cuando se suele prender incienso, pero mucho más suave y de olor desagradable. El ácido ponzoñoso del mob por fin había hecho efecto. El hombre cayó pocos segundos después de rodillas, y ante esto, la asesina puso el pie sobre su pecho y le empujó con fuerza. El hombre rodó un par de veces antes de caer del tejado hacía el asfalto, emitiendo un sonido pesado y seco. Si tenía suerte, la caída lo habría matado, si no, aquél hombre quedaría con una boca completamente deshecha, necrosada e inútil de por vida.

Se volvió nuevamente hacía la pequeña imagen, el avatar de Armand surgiendo en la nada y flotando inmutable en el espacio. Guardó su hoja, emitiendo un leve rozar metálico. Su rostro apenas y había cambiado un poco; Como quién interrumpe una conversación con alguien más para pisar una cucaracha.
¿Acaso no te enseñé nada sobre ejecutar con discresión?
Debiste haber enviado a Mikhail en mi lugar. Él necesita experiencia, no yo.
De haber enviado a Mikhail te habría enviado a ti al final de cualquier forma, ya lo sabes. — El hombre al otro lado hizo una mueca divertida. Sonrió apenas. — Mira, te propongo algo: trae la gema y te dejaré en paz los próximos días. Avril podría hacer buen uso de ella a comparación de otros... ¿Crees poder hacerle ese favor a ella?
...Grandísimo cabrón. — ¿Y como no? Por Avril haría lo que sea y él más que nadie lo sabía. Maldito Armand.
Quizá. Pero aún soy el líder, y el líder espera que traigas esa gema de regreso contigo. — El hombre sonrió aún divertido, regocijándose un poco ante la pequeña victoria contra su pupila. Debía admitirlo, amaba a Alva solo cuando lograba provocarla así. — No te metas en problemas, Star*
Y así como así, su pequeña figura desapareció del monitor.

Saltó hacía la copa de uno de los arboles cerca y se deslizó un poco a través de las ramas mucho más gruesas y resistentes. Ahí, justo a un par de metros, había a una ventana abierta, la única en aquella larga hilera de ventanas con cristales sólidos y cerrados cuyo interior se miraba aún mucho más oscuro y siniestro. ¿Una trampa acaso? Posiblemente, pero no le importó. Saltó hacía la ventana, quedando colgada del borde, pero pronto incorporándose hasta subir completamente y por fin quedar dentro de la habitación. Había llegado a una especie de largo pasillo en cuyo interior la duela de madera brillaba ante la luz que se reflejaba desde afuera. Era una luz mortecina, desdibujada, sin forma concreta. Caminó por aquél largo pasillo, con la mano derecha puesta sobre el manga de la espada que cargaba sobre su espalda.
Pero fue innecesario. Aquel largo camino entre la planta alta y la planta baja había sido completamente más aburrida y silenciosa de lo que había imaginado. Solo ornamentos orientales del antiguo Japón se le habían aparecido en todo el trayecto; Habitaciones vacías, puertas corredizas forradas de un inmaculado papel de arroz blanco, jarrones de hermosos patrones azules y de porcelana impecable que en su interior contenía lirios blancos o iris que perfumaban de forma sofocante el lugar. Sin embargo, pronto dio a dar con una habitación que capturó su atención; Una pieza del tatami** estaba mal posicionada, casi casi a propósito, y la mesilla que regularmente estaba al centro de la habitación como las otras, estaba casi al extremo puesto de la entrada en la habitación. Aquello sin duda era señal de algo.

Se introdujo en la habitación, en la espera de algún ataque sorpresa. Nada pasó. Entonces supo que la acción no se llevaría cabo... Pronto. Se hincó en cunclillas y retiró sin mucho esfuerzo la pieza del tatami fuera de sitio y descubrió una puertilla, similar al de un sótano o compartimiento secreto. Levantó cuidadosamente aquella puertilla integrada al suelo desde un ángulo donde la misma puertilla podría servirle de escudo si se trataba de ácido o algo más. Nada pasó, tan solo un leve rechinido y fue todo.
Se asomó dentro y ahí, una pequeñas escalerillas se perdían en un abismo oscuro. No lo dudó ni un segundo, bajó en seguida.

Aquél camino parecía un túnel infinito. Había caminado por lo menos una media hora sin toparse a un solo mob o a una sola alma en el camino. Se había llevado consigo algunas telarañas y un poco de polvo, pero nada más que eso. Dobló al menos unas 10 o 15 veces esquinas de derecha a izquierda, jamás en linea recta. Por suerte, antes de partir, Avril le había dado una sortija propia cuya gema era similar a una perla, pero más que un ornamento, emitía una cálida luz que servía cual antorcha. Para ser pequeña, alumbraba bastante bien, y le había estado guiando durante todo el trayecto, de lo contrario, estar ahí, en la oscuridad y sin saber a donde ir sería aún mucho más molesto de lo que ya lo era.
Estaba realmente comenzando a impacientarse. ¿Cuanto más tardaría en llegar? Aquello comenzó a irritarla, creyendo que todo el largo camino no era más que una broma, una especie de burla arquitectónica para despistar a quién entrara. Por supuesto, era tan obvio.
Sin embargo, algo cambió. Notó, a menos de unos cuatro o cinco metros que algo frente a ella era distinto. ¿Era luz lo que veía? Hizo que la luz se desvaneciera de la sortija y pronto se acercó de prisa a aquello. ¡Oro! ¡Era oro! Y en grandes cantidades. Oro puro bañado a la luz de... ¿Otra persona?

Aquella habitación y aquél largo pasillo que había recorrido incesantemente estaban separados por una fina membrana; Un velo de tela negra que se mezclaba con la oscuridad del lugar, pero que se transparentaba discretamente. Podía verlo perfectamente; Al baúl, las joyas dentro de él... Y a quién miraba dentro de este.
Decidió esperar, dejándola continuar. Si acaso no encontraba el brazalete, no había ningún motivo para deshacerse de ella, pues no había sido vista... Aún.
Pero para desgracia de la rubia, y quizás de Starnes, aquella otra mujer había encontrado el brazalete. Bastó con verlo en la mano de aquella chica, y como si eso no fuera suficiente, la voz de ella retumbó en aquél funesto silencio y como una especie de reiteración, supo que lo había encontrado. Y no pudo esperar.

Desenvainó la espada que llevaba consigo y de un tajo, atravesó desde arriba a aquella cortina negra. Lenta y silenciosamente la cortó de arriba a abajo, y pasó a través de la ranura que había hecho. Aquella mujer no se había percatado de su existencia en todo este tiempo. Envainó nuevamente el arma y desenfundó una de las armas de fuego a su costado; Retiró el seguro, provocando un sonido metálico que hizo eco en la estancia.

Si sabes lo que te conviene, te quedarás donde estás y me ahorrarás de jalar del gatillo para volarte el rostro en pedazos. — Replicó Alva, mientras emergía de las sombras con dos fieros ojos ámbar clavados fríamente en el dulce rostro de aquél ángel de cabello dorado. Era una lástima, el cielo lloraría de tristeza ante la muerte de aquella mujer de rostro exquisito. Su voz carecía de expresión alguna, era femenina, pero a la vez, firme, sin rudeza. Pero en su tono, se hallaba oculto algo peligroso, imparable. — Ahora entrégamelo, lentamente y sin hacer algo estúpido.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

* Armand le dice "Star" de cariño a Alva, entre todos los apodos. No es un error gramatical.
** Los tatami son parte del decorado japonés que cubren el suelo. Tradicionalmente se hacían con tejido de paja, y se embalaban con ese mismo material. Su función es similar a una alfombra o la la loseta.
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Mensaje por Ataraxia Sáb Jul 13, 2013 10:33 pm

Arrugó el entrecejo e hizo una chistosa mueca con la boca, paseándola hacia el lado derecho de su rostro. Si se le dedicaba tiempo suficiente, como ella misma lo hacía, ese brazalete era bastante exótico, sin lugar a dudas; no obstante, ¿cómo podía encontrarse en un simple baúl, carente de candado, sin que nadie se hubiese enterado de sus propiedades? Tal vez el Emperador de varias generaciones predecesoras o quién sabe quién se hizo con el brazalete de la Diosa, decidió guardarlo entre sus pertenencias y luego aconteció algo desfavorable que le obligó a abandonarlo ahí, en la lúgubre estancia, a dos pisos subterráneos de una de las tantas casonas en los jardines imperiales. Así fue como tal objeto fue entregado al olvido y la soledad, sin que nadie le volviese a llamar o reclamar. Lo más sospechoso del asunto es que, con tantas riquezas que contenía ese baúl, nadie se había hecho con éste. O... ¡claro! El organizador —o tal vez varios, pero adjudicándole todo el rollo a uno por mera costumbre— de tal caza de tesoro lo dejó ahí a propósito desde que anunció que existía tal artefacto y se encontraba en los jardines imperiales de Tengoku. Era lo más lógico. Sin embargo, una espinita le picaba fuertemente el corazón: se trataba de sus instintos susurrándole al oído. Y es que todo se mostraba demasiado fácil para llevarse tan rápido la recompensa de la búsqueda. Ni se había esforzado y eso, queridos amigos, no tenía sentido alguno para Ataraxia.

Entonces, ¿dónde estaba la acción? ¿El sudor, las lágrimas, los ropajes sucios? ¿Unas cuantas balas de su set de pistolas estelares volando por los aires y estrellándose en las nalgas de otros? Claro, no se trataba de que no estuviera contenta de haber obtenido el brazalete, pero no veía el chiste. Pero, así como se decepcionaba con la facilidad del asunto, su corazón dio un salto de impresión. Detrás de su cabeza había escuchado el chasquido de un arma de fuego, algo reconocible porque ella misma utilizaba tales para defenderse. Qué irónico, ¿no? Terminar en game over por los mismos objetos con los cuales se ganaba fama dentro de aeon. Seguido, se anunció la voz de una mujer, cuyo tinte melódico era bastante rudo y firme para tratarse de una simple player o program sin experiencia. Esto iba en serio. No había detectado el menor titubeo en su voz, y aquella frialdad decía más que mil palabras. Esa mujer tenía experiencia en ese tipo de cazas o, por lo menos, en obtener lo que deseaba a toda costa... Como ella misma. Bastante admirable, si no fuese porque su destino —en ese instante— pendía de una fracción de segundo en que se apretara el gatillo del arma ajena y su autoconfianza en la velocidad de la cual alardeaba moderadamente.

Así que, más que evidente, ambas estaban ahí por lo mismo: el brazalete de Amaterasu que sostenía en su mano.

Aún arrodillada, lentamente se volteó, revelando su rostro de leves facciones francesas, para observar a la criatura que osó amenazarle. En la penumbra atosigante de la estancia, el brillo azulado de sus orbes admiró el rostro ajeno. Por un momento considero qué, si no fuese tan hermosa, le hubiese zampado una patada directo entre ceja y ceja. Mas, aquella osadía y esa belleza gélida, provocó el despertar de una inusual curiosidad. Si bien Argoth le desafiaba, conseguía bastante patético al ladrón, quien solo le espiaba para robarle las ganancias. En cambio, esta mujer lo hacía de una manera diferente, con un estilo totalmente nuevo para su propia persona.

¿Mmn~? —inquirió en son juguetón, sonriendo sin mostrar las perlas. Sus ojos quisieron penetrar en el alma ajena a través de la mirada—. Pero qué tenemos acá... —descendió la mirada para admirar por segundos el arma de la chica y luego observó el brazalete que yacía atrapado entre los dedos de su mano izquierda. Viéndolo bien... Había algo sumamente extraño con ese objeto—. Si tanto lo quieres... —elevó la mano con la cual sostenía el brazalete, a la altura de su rostro caucásico. Lo miró con ojos encendidos, casi embelesada por la belleza de las piedras—. Entonces, ¡atrápalo! —estiró la mano diestra, lanzándole el artefacto por encima de la cabeza de la pelirroja. Al realizar ese movimiento, códigos binarios revolotearon alrededor de la mano derecha extendida, apareciendo Cassiopeia, una de las pistolas de su set. Sostuvo firmemente el arma, y, apretando el gatillo, accionó los engranajes de la pistola. Se escuchó un chasquido, dándole la bienvenida a una bala que navegó directo al rostro ajeno. Por sus sospechas, al iniciar la pelea entre ambas féminas, la desconocida no sucumbiría a un ataque tan estúpido como ese.

Tendría tiempo de sobra para recuperar el brazalete —que cayó directo al suelo, emitiendo un sonido extraño, a 4 metros lejos de la desconocida— con el plan que trazó en pocos segundos, y luego huir para que nadie le robara este. Ahora, era momento de enfrentarse con la mujer. Esto sería un desafío... uno súper corto.
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