Icicle Despair

El frío le calaba hasta los huesos. El aire gélido de Thuren era de grandes proporciones, como el corazón de la arpía sub-líder de su ex-gremio. Por mucho que tuviese el derecho de quejarse, no lo haría: había venido con la idea clara, entre cejas y cejas, de obtener un artefacto legendario que fue implementado en el nuevo parche —versión o capítulo, como se le quiera decir— para aeon.

Con chaqueta encima, pantalones gruesos, botas para las nieves y sus googles, Ataraxia paseaba por las laderas empinadas de la blanca Thuren. Es esfuerzo para poder desplazarse era descomunal. A veces soltaba uno que otro suspiro mientras se tapaba el rostro para cuidarse de una corta ventisca. Cómo deseaba poder usar su motocicleta volador, por desgracia, los circuitos estaban quemados luego de haber subido con mucho esfuerzo hasta ahí. No cabía la duda que encontrar lo que deseaba sería un equivalente a pérdidas o, mejor dicho, una travesía de proporciones gigantescas.

«Va a tener que ser muy valioso ese artefacto.»

De repente llegó a una zona plana, donde se volvió más rehacía la ventisca que le estaba persiguiendo desde ya hace minutos atrás. Sin poder verificar muy bien el terreno, maldijo el clima en las montañas que se visten de blanco. Para su mala suerte, al pisar el suelo plano, este se comenzó a quebrar repentinamente. Lanzó una exclamación ahogada, y abrió los ojos de par de par. El sonido activó sus sentidos y, tras voltearse para poder escapar del caos inminente, ya se encontraba cayendo en la vasta oscuridad de las cuevas subterráneas.

Su barra de vida había bajado considerablemente. Ahora mismo sentía un dolor punzante en todo su cuerpo, con la realidad de aeon golpeándole en la nuca todo el tiempo. Cuando ascendió la cabeza para suponer a cuánta profundidad se encontraba, se percató que el lugar por donde cayó parecía infinito. Tendría que buscar otro medio de salida en esas cuevas gélidas subterráneas.

Tras levantarse, escuchó otro sonido que le hinchó la piel —¿Quién está ahí? —volvió la mirada, lentamente el cuerpo, para observar en la penumbra perpetua e impávida al ser. El tono de voz que utilizó era serio.

Frunció el entrecejo ante las preguntas tan fuera de lugar de ese chico. Lo más normal, ante la pregunta formulada por su propia parte, es que él les respondiese. Pero ocurrió todo lo contrario, sin solución a su duda, obtuvo más preguntas como respuesta. Le encontró, como primera impresión, un ser extraño —No respondiste a mi pregunta —arrugó un poco los labios, casi como si fuese una especie de reclamo, cuando fue una aclaratoria. Ya el vértigo había desaparecido, aunque existía un dolor punzante cruzándole todo el cuerpo.

Lentamente se puso de pie. Limpiándose la nieve que se impregnó a su indumentaria contra el frío de Thuren, seguía observando cautelosamente, casi como estudiándolo, al hombre cuya apariencia aún no lograba distinguir muy bien. No sabía si era el escenario, o el haber caído desde una gran altura, pero no le nacía confiar ni un poco en él. Era como si su corazonada le indicara que cuidarse las espaldas se trataba de la primera opción fiable. Una espinita le decía que había algo raro en él. No obstante, Ataraxia no estaba para crear guerra innecesaria, solo mantendría su guardia alta y se comportarían como siempre: de manera natural.

Le observó, una muestra clara de que quería escuchar su respuesta primero que tener que responderle.

Pestañeó varias veces. Chico extraño, aunque no le podía quitar puntos por no ofenderse. Mientras esperaba la respuesta de él, Ataraxia extrajo una pócima de entre sus ropajes para poder recuperar su barra de vida. Abriendo la botella al lanzar a un lado el corcho que impedía el escape del líquido, bebió el contenido con lentitud, como si de una bebida energética se tratara. Esa pócima era refrescante, en un sentido diferente al de beber algo frío cuando hacer calor; en otras palabras, le brindaba la energía que se le había escapado luego de la larga caída que le pudo ocasionar un game over. Luego, la botella se desintegró en códigos luego de ser consumida con elegancia y tranquilidad.

—Oh, un warrior. Las apariencias engañan, definitivamente —soltó una suave risilla, ocultando los sonrientes labios detrás de la mano diestra enguantada—. Soy Ataraxia, por cierto. ¿Mi clase? Gunner —respondiendo inmediatamente a la pregunta del chico, bajó la mano sin dejar de sonreír con aire sereno, a la par que le dedicaba un vistazo a Rin.

Cuando él le había preguntado sobre su propio nombre, pudo apreciar un mapa holográfico entre ellos. Con que también tenía un sistema de guía, aunque a diferencia de Rin, ella utilizaba una brújula con sistema operativo y cartografía integrados, por eso sabía encontrar salidas de una manera más fácil y esa no sería la excepción. No obstante, era obvio que saber dónde se encontraba la salida era lo más fácil, atreverse a escalar los empinados témpanos de hielo en ese abismo sería una locura, y enfrentarse a los temibles monstruos volátiles de Thuren se trataba de la tarea más difícil. Esas criaturas de las nieves, equipadas con terror, eran conocidas por su bestialidad nata... Claramente estaba hechas para erradicar a jugadores de una manera inusual, dolorosa y falta de una pizca de misericordia. Se trataban de guerreros aguerridos con perpetuos instintos de supervivencia. Aquí aplicaba la regla más conocida del mundo real: el más fuerte sobrevive.

Una vez que su mirada se dedicó en el mapa del chico, Ataraxia extrajo la brújula con sistema tecnológico, haciendo un extraño contraste con la apariencia steampunk del objeto. Apretó uno que otro botón lateral de la brújula, la cual descansaba en la palma de la mano siniestra, mientras verificaba las rutas de salidas —exactamente la más fácil, aunque eso no le libraba de las atrocidades que se presentarían en un cien por ciento— a través de ese mapa holográfico. Sin percatarse de la mirada lasciva que le dedicaban, la pistolera solo alzó los orbes azulinos de su objeto predilecto hacia el rostro homólogo cuando escuchó la pregunta. Alzó una ceja, con rostro tranquilo —Te faltan mil años más para poder coquetear conmigo —le dedicó una sonrisa altiva, dándole a entender que no deseaba nada con él—. Y aunque llegases a cumplirlos, nada sucederá —dijo en tono peligrosamente dulce.

Tras apagar la brújula, guardó ésta entre sus ropajes y... —¿Piensas salir? Porque yo seguiré adelante. ¿O continuarás coqueteando con el aire? —le había tomado el pelo como ella solía hacerlo, como ella solo podía. Bufándose de él era poco, aunque no rayaba en el insulto a la inteligencia ajena.

—Seguro el aire se sonrojará —sonrió un poco, sin seguir aceptando a que él diera pie con ese coqueteo. Podían seguir así desde ahí hasta la salida, porque, para lo que a Ataraxia le concernía, Rin podía seguir hablando hasta por los codos de coquetear y a ella importarle nada—. Entonces vayamos por donde viniste. Revisé que el camino no era tan largo —dijo meditabunda.

Se enroscaron las comisuras de los labios, formando una delicada sonrisa altiva. Iba a pasar primero aunque él no le hubiese ofrecido aquello. Se adelantó a Rin, para así iniciar su caminata hacia la susodicha salida de la cual él comentó. Para ella ir a la delantera no era problema, aún si eso conllevara que se topara con una trampa. Su espíritu líder siempre estaba a flor de piel, pero realmente lo que le salvaba radicaba en la pronunciada agilidad que le caracterizaba. Siguiendo con sumo cuidado ese camino con minúsculas elevaciones, rocas de hielo por doquier y nieve a montón, Ataraxia sentía que se estaba acostumbrado ya al frío el lugar. Ciertamente, estar expuesta a la tempestad fuera de ese abismo de hielo era más dañino que ahí. El único detalle de su caída a ese lugar trataba en que podría perderse y pasar horas intentando salir, especialmente porque no poseía ningún ítem para ser teletransportada a la ciudad más cercana: se los había acabado todos en una travesía que culminó hace poco.

—Trataba de encontrar un objeto legendario, y por lo visto esta vez no será así —se encogió de hombros. Ya qué más daba—. ¿Qué hay de ti? —inquirió, sin detenerse en ningún momento o siquiera volver la vista hacia él. Estaba en alerta porque Thuren no le inspiraba confianza, y jamás lo hizo.