Sick Smokin' Style

Completamente extraño, mientras escupía la colilla y luego pisaba esta sobre el suelo.

«A fuego y sangre la gente comprenderá la libertad». Ese fue el mensaje emitido por la misión. Supondría que era esa clase de trabajo en donde nada sería revelado por medio de instrucciones y que, a su vez, conformaba un total misterio. ¿Y por qué no? Extrañas palabras que en vez de causarle escalofríos, provocaron un golpe seco en su estómago. Eso último fue una señal clara de que algo no iría bien... O al menos no sería fácil, claro, además de ese ridículo mensaje. Aeon cada vez se estaba volviendo inusual.

Muy poco le importaba qué tipo de indumentaria llevar para esa faena. Simplemente utilizó unos shorts negros, botas militares del mismo color y sin plataformas, su chaleco  cobalto con chuspa, y el cinturón con compartimientos en donde guardaba piezas metálicas que podría transmutar —además de los nanorobots que circundaban su torrente sanguíneo—. Y de adorno en su cabellera multicolorida una simple coleta de caballo. Nada más. Así de simple era ella.

Paseó por el camino que le había indicado el mapa actualizado suministrado por su hermano mayor. Su destino era la aldea de enanos y de ahí, vamos, esperaba encontrar a la otra persona que aceptó la misión. A pesar de que no le agradaba trabajar en equipo, debía admitir que esa misión cambió el rumbo de sus pensamientos, guiando a éstos a una visión más cooperadora. Claro... Eso si realmente alguien más accedió a la misión.

A lo lejos avistó la metálica forma de lo que parecían ser satélites retirándose, por lo que supo que alguien que no fuesen esos enanos imponentes creadores de armas majestuosas, había llegado hasta ahí. Introduciendo las manos en los bolsillos del chaleco, los cuales estaban rotos en el interior, le daba acceso al cinturón con las piezas metálicas. Eso sería para prevenir cualquier altercado. Entonces, con paso cauteloso se abrió camino entre la poca vegetación hasta observar a una mujer de cabellera nocturna —¿Has venido por la misión? —al grano. Su voz sonó neutral, aunque con el típico tinte oscuro que le caracterizaba como su mirada casi ausente.

Una vez que Kallen se presentó, también le regaló una venia para con ella —Spitfire —así era ella, seca. Kallen no le juzgó mal (algo que ni la misma Spitfire sabía). Bien, ahora que poseía el conocimiento de que otra persona accedió a la misión, ésta sería más fácil. Por así decirlo, esa ardor en su estómago se calmó un poco, más, era imposible no sentirse algo ansiosa. Esa misión apestaba, desde donde se le viera, y presentía que Kallen también pensaba lo mismo.

Extrayendo las manos de los bolsillos, a sabiendas que la fémina de cabello nocturno no era su enemiga, decidió bajarse la capucha que cubría su cabellera variopinta recogida en esa desordenada cola de caballo. Sus ojos marinos apenas se movieron del vacío a la mano ajena, así Kallen recibió toda su atención. Sin chistar, inició una maratón, siguiendo a dos metros de distancia a la mujer, hasta llegar a una choza con una escena sanguinaria. Al ser guiada hasta ahí, dedujo que esos satélites le pertenecían a su compañera.

Ese enano era su boleto a saber qué sucedía con la desolada ciudad y porqué él terminó así. Apreció, estoica, como Kallen examinaba al programa. Por su parte, barrió la choza con su mirada impávida y se percató de la silueta de lo que parecía ser una cocina. Acercándose a esa zona, la cual llamó su atención, pudo apreciar una especie de tapara  con fondo hondo que contenía agua; seguramente se trataba del vaso donde bebían esas criaturas. Entonces lo tomó y acercándose al enano, le lanzó el agua en la cara, provocando que despertara en un instante con un grito al cielo —Mejor aprovecha para saciar tu curiosidad, porque parece que quiere volver a desmayarse —le dijo a Kallen, a la par que lanzaba la tapara por encima de su propia hombro. Y es que había que mirar el rostro confuso y pálido de ese enano, casi como si estuviera en estado de shock.

Resguardó las manos en los bolsillos de la chamarra, observando por unos segundos a Kallen, y ahora al enano que comenzaba a tener noción del mundo y no solo del pánico. La naturaleza de los programas era sorprendente: incluso parecían más humanos que ellas mismas. Por su parte, mientras Kallen iniciaba el interrogatorio, al relacionarse con el susodicho enano llamado Mölgar, ella se dedicó a observar el paraje desolado. Quien vino a ese lugar escondido, deseaba a toda costa eliminar a esos enanos o secuestrarlos, pero corrió con la mala suerte que dejó un cabo suelto: Mölgar. Quién sabe si habían más enanos por ahí, supervivientes de ese siniestro, lo único importar ahora es que podía conversar con uno sobre lo sucedido.

Debido a que notó dificultad en expresarse en Mölgar, tal vez un poco de agua no le vendría mal a esa pobre criatura. Su propio corazón podría ser gélido, aunque no a tal extremo. Buscó la tapara con la cual despertó a la criatura diminuta, y tras ponerse en cuclillas para tomarla, se fue directo a una especie de balde de madera que contenía agua. Fue una suerte encontrar el líquido preciado luego de todo ese caos, y más aún era una bendición de una clase de dios que no estuviera contaminada. Hundió la tapara en el balde e inmediatamente las leyes hicieron su trabajo, vertiendo agua en ésta. Y una vez que Kallen terminó de parafrasear, se acercó a Mölgar, extendiéndole la tapara con agua. Él, muy gustoso, casi feliz, aceptó el regalo y bebió rápidamente el agua —Gracias —sus mejillas se enrojecieron más, mientras se limpiaba los vestigios de agua con el dorso de una mano gordita. Ese agradecimiento era para ambas, aunque especialmente para Kallen debido a sus palabras valientes. Spitfire solo asintió, saliendo inmediatamente de la casita.

Afuera, esperó por Kallen, mientras encendía un cigarrillo y se llevaba la coletilla a los labios. En un mundo virtual como aquel se podían experimentar tantas cosas, tantos vicios, hasta el sabor de un vulgar cigarrillo, ¿y lo mejor del asunto? No sufriría de cáncer de pulmón o problemas respiratorios —Aquí hay algo extraño. No es una misión corriente —a medida que hablaba en un susurro, tenues corrientes de humo blanco se despedían de sus fosas nasales. De paso su instinto se lo decía, y éste nunca fallaba. Si añadir más a sus suposiciones, lanzó el cigarrillo al suelo y lo aplastó. Llamaría mucho la atención el seguir degustándolo—. ¿Continuamos? —observó fijamente a Kallen. Por el tono de voz que usó, no era esa clase de pregunta para esperar un sí o un no, sino para invitarle a seguir a adelante.