Do you hate spiders?

Alzó el puño a la altura de su torso, una señal de que estaba completamente lista. Aquella determinación que siempre le movía, incluso en momentos trágicos y poco favorables, se presentó al instante en su rostro de facciones japonesas. Nada le iba a detener, aunque fuesen unas temibles arañas o unos conejos lindos. Más aún porque llevaba cierto tiempo ausente de aeon, y de sus asombrosas misiones tan variadas que todas le encendían el espíritu aventurero y luchador por igual. Así de segura como se sentía en aeon, en el mundo real era igual. Si bien le gustaría que Japón fuese igual de mágico que el mundo virtual, todo sería perfecto. Aún así, se conformaba con lo que tenía —Kotori, es hora —viró apenas el rostro, para encontrarse con la cacatúa dorada sobre su hombro derecho. El ave apenas movió la cabeza, pestañeando un par de veces; esa era su manera de asentir a lo que Kiyohime decía. Y, aunque no fuese una misión oficial para detener a Kurayami, apoyaba a la warrior, especialmente cuando ella entrenaba para pisotear a los demonios.

Ahora, desde The Stream terminó en Eden, el jardín prohibido. Según la misión, debía erradicar una plaga de arañas junto a alguien más que había aceptado tal tarea. Nunca se pudo contactar con la persona, o saber quién era, así que asumió que —por obviedad— le encontraría ahí listo para la masacre. Cayó firmemente de cuclillas sobre el suelo verdoso desde un portal a 2 metros de distancia de la tierra. La cacatúa de pelaje dorado descendió al hombro de su compañera, posicionándose ahí; mientras la chica levantaba la cabeza y, consigo movía la larga cabellera oscura hacia atrás. Lentamente se puso de pie, verificando al instante si todo su equipo estaba ahí; hasta volteando por encima de su hombro —pestañeando varias veces—, para percatarse de que Kamui, la Ōdachi*, estuviera aún colgando de su espalda. Todo estaba en orden.

Volvió el rostro al frente y se percató del caos en Eden. Igual, ya estaba algo acostumbrada a las misiones sorpresivas de aeon que esas arañas no iban a ser algo sumamente impresionante como un Raid Boss, Sin más, desenvainó la espada y Kotori flotó a dos metros sobre la cabeza de Kiyohime. Iba a ponerse manos a las obras, sin esperar el otro participante, porque el tiempo apremia. Si su aliado aparecía, que se uniera cuando quisiera.

Recorrió un gran trecho en pocos segundos, para, finalmente, encontrarse con la susodicha plaga haciendo estragos. «No esperaba que estuviese impecable, pero esto está patas arribas», arrugó el entrecejo, mientras se detenía un par de segundos, buscando con la mirada a su aliado. ¿Aún no había llegado o estaba más adelante? —¡Auxilio! — Kiyohime abrió de par en par los ojos al escuchar una voz masculina desesperada. Entonces, la chica avistó —a 15 metros— al individuo que necesitaba de sus servicios siendo rodeado por un trío de arañas que deseaban devorarle. Él impedía que no le comience utilizando su rifle de soldado como una maza para golpear a los seres... Lo cual podría ocurrir en cuestión de segundos. Con Kamui en manos, se desplazó con movimientos fluidos hacia el objetivo. Debido a que estaban desprevenidas —realmente entretenidas con el soldado—, fue fácil para ella destazarlas y así eliminarlas—. ¿Se encuentra bien? —ayudó al hombre a levantarse. Él asintió claramente asustado, agradeciéndole con insistencia. Dijo que iba a buscar refuerzos, aunque tardaría y así fue como se marchó de ahí en su misión. «Encontraremos a más guardias indefensos».

Repentinamente, 25 arañas —13 bordeándole de frente y el resto a sus espaldas— surgieron de la tierra. Kiyohime mantuvo la espada envainada, mirando con desprecio a las criaturas. No era una tarea difícil, sin embargo, cuando actuaban en grupo, se complicaba el asunto. Tendría que ser cuidadosa en cada movimiento, porque el más mínimo error le causaría un game over. Por sorpresa, una de las arañas que se mantenía mirándole a los ojos, proyectó veneno por las fauces. La warrior lanzó una exclamación ahogada, echándose a un lado como reacción al ataque. No quería salir envenenada, porque eso complicaría la misión. Aquel movimiento brusco provocó que Kotori, la cacatúa, alzara el vuelo y planeara en círculos a 20 metros sobre la cabeza de su acompañante. Toda la acción estaba por comenzar, cuando dos arañas —a las cuales Kiyohime les brindaba la espalda— coordinaron el ataque anterior de la arácnida, para sentenciar a la chica.

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*Ōdachi: Es una espada japonesa parecida a la nōdachi, siendo ésta a su vez se parecida a una katana. Es más alargada que la katana y la nōdachi, también es concebida como la verdadera espada de guerra en Japón, y fue utilizada por los samurái.

Echando a un lado cabellos rebeldes sobre su frente al mover la cabeza, Kiyohime blandió la espada para defenderse. Aunque llegase a salir herida de ésta, les daría una buena tunda a esas criaturas ya que rendirse no estaba entre sus planes, jamás. La sorpresa vino cuando escuchó la voz cercana de un hombre, contacto de una espada contra la propia y luego un repentino acto que amenazó a las arañas malnacidas. Esas criaturas con ojos inyectados en sangre, un carmesí espectral, observaban expectantes a ambos sujetos que se atrevían a imponerse contra ellas.

Tuvo suerte al conseguir a un aliado en todo ese tumulto.

Kotori descendió rápidamente hacia el hombro derecho de Kiyohime, justo cuando se percató que ese hombre vino a ayudar a su compañera guerrera —Sí, solo me hicieron cosquillas —dijo con cierta confianza—. Gracias —el tono sincero desbordó de sus labios, cual cascada baña eternamente las rocas a sus pies. Luego tendría tiempo para conversar, ahora era momento de aliarse y erradicar a esos seres endemoniados—. Nada que no podamos vences, ¿no? —estaba segura que ese hombre era más que capacito, y con dos contra las arañas todo saldría bien.

Repentinamente las arañas coordinaron sus ataques y, al voltear, lanzaron telarañas contra Kiyohime y Saganiel. Mientras comenzaba una danza circular alrededor de ellos, aún expulsando telaraña pegajosa de sus traseros, Kiyohime lanzó un sablazo contra las redes de telarañas, cortándolas inminentemente. Aún así, esto no hizo que ellas se rindieran: claramente deseaban devorar a la guerrera y al templario. Y sin detenerse tampoco, la guerrera lanzó un corto de luz contra una de ella, eliminándola por completo. Para su desgracia, la reacción de sus enemigas fue producir más telaraña y envolver el filo de la espada ajena, dejando a Kiyohime en desventaja, porque no era capaz de mover la espada para liberarla mediante cortes: parecía que esas telarañas tenían otra función especial que, cuando rodeaban algo, se volvían ligeramente sólidas —¡Ten cuidado! —advirtió. Al menos si él estaba libre, podría librarse de las arañas mientras ella era un cebo.

¡¿Programas?! Oh, vaya, estaba en presencia de un programa que reconocía su existencia digital. Curioso. Eso sería otro asunto por discutir, porque en ese preciso instante la batalla se centraba en salir vivos. Kiyohime experimentó un sobresaltó al sentir como alguien le rodeaba, como no emanaba peligro o muerta aquella mano, ella siguió calmada. Solo podría tratarse del chico caballero, ayudándole —¿Eh? —pestañeó un par de veces, flotando por los aires mientras intentaban alejarse de las criaturas arácnidas.

Rodó por el suelo, espabilándose en un instante cuando clavó con mucho esfuerzo la punta de la espada en la tierra, permitiendo esto que ella frenara en cuclillas y observara a las arañas que aún insistía fervientemente en arrastrarlos a la perdición. Chasqueó los labios luego de la pregunta de su compañero —Cálmate... —no sabía si se lo decía a él o era para consigo misma, pero simplemente esa palabra se resbaló de sus labios.

No sabía si con esas telarañas pegajosas con dicha propiedad especial de volverse sólidas, y quién sabe qué más, serviría lo que tenía en mente. Nunca había intentando utilizar a Kamui de otra manera, fuera de la caja, porque siempre la blandía contra el aire para crear ondas. Pero era mejor intentar ahora mismo que luego lamentar. Siendo arrastrada, más y más, junto a su acompañante, Kiyohime intentaba jalar contra sí la gran espada japonesa. Al haber hecho aquello, la hoja de la Ōdachi comenzó a brillar con intensidad y, como si se tratara de un abanico de fuego, logró cortar en un santiamén las telarañas. Un incremento de energía, excesivamente caliente, fue la proyección del poder espiritual de aquella espada japonesa entregada por un mismo programa de aeon —¡Funcionó! —dijo jovialmente, con la impresión dibujada en todo su rostro. Una vez libre, hizo lo mismo con las telarañas que envolvían a Saganiel, para luego quitarse el resto de las que le cubrían las manos y parte de los ante-brazos.

De repente una araña lanzó un líquido pestilente de sus fauces. En vista del ataque sucio, Kotori alertó a Kiyohime con un chirrido. La samurái supo la señal y, con su espada desvió el ataque enemigo. El líquido purpúreo, casi evocando la esencia del espacio sideral, salpicó el suelo a metros de ellos; su esencia llamó la atención de Kiyohime, quien notó algo interesante... Aunque igual de alarmante: los datos de esa zona afectada por el charco de líquido parecían cambiar —Las arañas están corrompidas por un virus —alertó.